martes, 27 de septiembre de 2011

Marinera novelada


Patricia Castillo / Huánuco

El campeón de la marinera es una novela juvenil de tres capítulos y un epílogo, que gira en torno a la danza de la marinera. En la estructura doble de la novela encontramos a Benito Tafur, personaje que se encuentra viviendo en Nueva York, y quien súbitamente es “touché” por la música que de algún lugar llega nítidamente hasta sus oídos: una marinera que despierta sus raíces y lo trae de vuelta al Perú. Paralelamente, también es el recuento, preparación y revaloración no sólo de la danza, sino también el encuentro consigo mismo, de saberse quién es y a dónde pertenece.

Los saltos en el tiempo en la novela permiten adentrarnos a la vida de un joven que es llevado por su padre a los EEUU, descubriendo una realidad diferente a una edad en la que muchos jóvenes reafirman sus propias costumbres; él, en cambio, las redescubre y las reafirmará en la lejanía con la música de La concheperla, melodía que en el frío Manhattan se deja escuchar casi tan extrañamente desde algún lugar, cual ritmo inverosímil de tierras lejanas, pero que sirve para reavivar un sentimiento que de algún modo ignora; entonces, comprende y reafirma súbitamente las diferencias culturales y diferencia sus raíces, retornando al Perú: “…algo se había quebrado en mi interior, como si los cimientos que sostenían mi seguridad de inmigrante se hubieran resquebrajado para siempre”.

En este sentido, podemos decir que esta novela es también la descripción del desarraigo cultural. Benito Tafur, conoce otras realidades, y cual joven curioso, se enfrenta a un nuevo sistema, así como a otras culturas en un país cosmopolita como lo es Estados Unidos. En la vivencia de las diferentes realidades y culturas, que si bien amplían el panorama de lo que es la humanidad y sus matices, le sirve también para saberse parte de una realidad diferente, e identificarse como un sudamericano, peruano y trujillano. 

La novela se centra básicamente en la preparación para el Campeonato Nacional de Marinera y la descripción gira en torno al esfuerzo, la entrega y la pasión de los danzantes; jóvenes impetuosos y soñadores, que en el fervor de la edad se entregarán plenamente a sus sueños y convicciones. 

Un dato que nos parece importante en la descripción de la danza a la que hace Virhuez, es la diferenciación de las formas de la antigua marinera con la actual. Allí surge un personaje clave, Adriano Vásquez, quien dará la estabilidad al joven Tafur en su preparación, como conocedor y estudioso de la marinera; además de guiar, aboga por la autenticidad de la danza, basada en el cortejo del hombre a la mujer, la pasión, y no solamente en la simple figura: “Lo que yo veo ahora son parejas que se han aprendido bien los pasos y que miden el espacio con soltura. ¿Pero enamoramiento, pasión? Si a veces ni se miran. O si se miran, es un paso más y luego siguen la rutina”. El espectáculo sin cariño, como diría Adriano Vásquez.

Nos parece interesante que Ricardo Virhuez desarrolle este tema, y con él llegue a los jóvenes y, por qué no, a todo aquel que necesite comprender y conocer su propia cultura y con ella a sí mismo. De allí que en el epílogo nos deje ver a un personaje ya sin conflictos internos, deambulando nuevamente por Nueva York, como lo haría por cualquier otro lugar, pero ahora con la tranquilidad de quien se reconoce diferente y a la vez semejante en este todo que es la humanidad: “Y ahora, sobre el ferry que me lleva a Staten Island, miro los rascacielos iluminados de colores del centro financiero, y tiemblo de frío ante el viento que se arremolina y forma olas grandes que chocan contra nuestra embarcación. /Los recuerdos me sacuden. /O es el frío o el cariño. /La marinera sigue latiendo en mi cabeza. /Vuelvo la vista hacia la estatua de la Libertad cuyo perfil se destaca al fondo, y nuevamente la banda de músicos toca la marinera en mis oídos. /Las luces de la ciudad. /Los ojos de Jimena”.

Este particular aprendizaje lleva a comprender que el ser humano, él mismo con particulares matices, es igual en cualquier lugar, que guarda sus alegrías, nostalgias, vivencias, etc., como parte de su formación y que negar una identidad es no aceptar ninguna. De allí que pensemos además, y para concluir,  que en este  trajinar por el mundo lo único que cambia es el lugar y el color de la piel, ya que los seres humanos somos y sentimos todos por igual.


viernes, 19 de agosto de 2011

Apuesta por una narrativa sostenida

Gonzalo Espino Relucé / UNMSM

No hace mucho me extrañaba que las fiestas concluyeran con un marinera seguida de un huayno, pero al mismo tiempo –y estoy hablando desde el lado costero– más de una vez nos llamaron la atención por poner marineras o huaynos a media fiesta, nos solían decir si el cumpleaños había terminado… se comprenderá que nada de eso ocurría sino que estábamos nuevamente volviendo sobre el viejo polvo que saca los pies en los zapateos y entregas de los danzantes; así lo hacían mis abuelos, así lo hacía mi tía, mi hermana, mi hermano que aprendió a bailar la marinera chacarera de Chepén, y yo, imitando los pies de todos los que bailan marinera.
En fin, sirva la anécdota para entrar a la nueva entrega de Ricardo Virhuez Villafane, de quien diré dos notas relevantes sobre su trabajo: de un lado, su decisión de hacer de la escritura una forma de vida, una vocación por escribir con el corazón en la mano, y, de otro, y al mismo tiempo, su abierta dedicación a las causas nobles como estudiar y difundir esas formas populares, como ocurre con sus aportes al conocimiento de la tradición y literaturas de la Amazonía. Dicho esto, en los últimos años comprendió que no hay que dejar espacios a los grupos de poder, que hay que construir propuestas contra hegemónicas, asunto que pasa por un lado por la necesidad de una producción creativa de calidad y que esta esté acompañada por un sistema que permita su difusión. Esto lo entendió bien Ricardo Virhuez Villafane, y se lanzó a la aventura de disputar un público lector que se concentra en la escuela y a los que hay que llegar con la finura de un artesano.
Entonces, había que estudiar e imaginar cuáles son las historias que pueden llamar la atención sin que estas se disocien de dos condiciones básicas: la primera, que sea literatura en el sentido de producción creativa –y por ello competitiva y conocedora de su tradición–, y la segunda, cómo estas mismas entregas tejen identidades. Creo que esto es lo que ha ocurrido con sus novelas juveniles. Así ocurre con las aventuras de que se lee desde Nina y la casa abandona, pasando por Rumi y el monstruo del Ucayali, hasta la entrega del año pasado: El dios araña, que vuelve sobre el ara de los moches. En El campeón de marinera nos devuelve a un escenario –la marinera– que es un acontecimiento nacional.
Para ser precisos, debe recordarse que en el caso de Trujillo y Lima la marinera fue siempre vista como un asunto aristocrático, creo más por un prejuicio indianista que por un registro propio de la realidad, pues se olvida la marinera que se hace en la familias norteñas –y a pie calato– o la invade las fiestas locales. Cierto que cuando se inicia este concurso tuvo ese gestillo aristocrático propiciada por sus organizadores el Club La Libertad de Trujillo, que poco a poco tuvo que abrirse y dejar de ser una representación de los peones y chalanes que llegaban a exhibirse en la ciudad para convertirse en lo que hoy día es: un referente nacional. Seguramente esto es lo más importante, y no hay que olvidar la hermanada que se puede establecer entre vals criollo y marinera, cuyos orígenes son por cierto modestos (Llorens). Convertido en referente nacional hoy nos llega como espectáculo. Y es que si se hace en estricto una revisión de las fiestas locales y lo que ocurre en los espacios familarias de la franca costera del Norte peruano, se va a encontrar a la marinera como uno de los componentes de alegría popular.
Ricardo Virhuez Villafane aprovecha una situación creíble. Pone en tensión dos espacios diferentes. La situación de migrante y el espacio de acá, el concurso. Desde la situación de migrante, se trata de un peruano, trujillano, que fue a vivir en el país de norte, a New York, allí donde hace parte de su juventud. En allá, para nosotros el acá, se dibuja como una pulsión necesaria para la identidad. Y esto sin melodrama, toda en una historia limpia. La historia de narrador-personaje Benito Tafur es similar a la de cualquier peruano que migra, de esos que se han ido para hacer Perú en cualquier lado del mundo.
La historia que nos narra en esta novela no pretende ser un ejercicio de banalidad retórica ni experimentalismo sorprendente. Apela a las historia paralelas que crea el suspenso necesario como para que la novela se lea de un tirón. El padre de Benito se ha divorciado de su madre, este ha viajado a EEUU donde hace empresa y ya cuando está concluyendo sus estudios secundarios, invita a su hijo a vivir en el país del norte. Así lo hace. Ya en esas tierras Benito tiene que aprender a vivir en el nuevo escenario. La muerte del padre lo sorprende y pasa trabajar en una factoría –la fábrica– y vive como uno más de los migrantes latinos. Cuando esto ocurre, y ya cuando no hay ninguna posibilidad, su “madrastra” gringa se despide porque tendrá un nuevo compromiso, es el momento en que se entera que nunca había dejado de hacer el depósito, para continuar con la posibilidad que había abierto su padre: estudiar, hacerse de una buena vida.
Si esa es la anécdota que fabula, la otra es todavía más interesante, se trata de de la historia de sus amores. Asunto que organiza el nuevo hilo conductivo de la novela: 

De pronto, alguien a lo lejos encendió una grabadora.
Los sonidos llegaron oídos a mis oídos.
Era “La concheperla” de la banda de músicos de la Guardia Republicana del Perú.
Era una marinera.
Mi corazón se detuvo y, de pronto, me inflamó de una manera extraña (31)

Este quiebre es identitario, la ficción hace posible que ocurre para que se desenvuelva con claridad y precisión. Benito necesita retornar, y retorna a Trujillo.
Historias que por cierto se suceden como líneas paralelas en el tiempo y que hacen que esta sea versátil, sin que el artificio retórico le quite claridad al relato. Si la historia de sucede en allá, esta también se da en el acá. En el acá estamos en la academia de Manuel Chacón, primo de Benito, donde ensaya. De pronto llega a la escena Lucía Castillo, en cuya historia se cruza ese perverso perro llamado celos y que hace que esta joven deje de bailar y de ser pareja de baile de nuestro héroe. En eso aparece un nuevo personaje, que inicialmente emerge con una historia desconcertante. Se trata de Jimena Dianderas, que conocerá a Benito en momentos en que este baila una contradanza de Huamachuco en la academia. Y con quien finalmente baila, hasta convertirse en su pareja de viaje y con la que ganará el concurso.
La novela en sí sería una más de esas que solemos leer, pero Ricardo Virhuez nos ha puesto sobre un hecho que tiene audiencia nacional: el concurso nacional de marinera. Pero al mismo tiempo nos ha ubicado en el año de nacimiento de José María Arguedas. Esto último queda refrendado cuando el personaje habla de su última lectura, Los ríos profundos, leído como peruano migrante, dirá:
“Esta no es una novela, es el Perú” (p.31).
De esta suerte la novela se presenta como pretexto identitario para discutir o poner en discusión el espectáculo de la marinera. El narrador nos invita a recordar que la identidad liberteña no es solo marinera, es al mismo tiempo, las diversas maneras de hacer bailar los pies, y la Contradanza aparece como clave en la lectura identitaria que nos habla de la diversidad de bailes y canciones populares de la región y en cuya sutileza leemos una crítica al aristocratismo. La discusión sobre la marinera la pone el intelectual que reclama algunas cosas sobre la marinera: nos recuerda que cuando se baila marinera se trata de la conquista de la pareja: en él, cómo logra hacer vibrar la piel de su acompañante, y en ella, que se hace con sutileza y sensualidad la difícil de conquistar. En buena cuenta un homenaje al amor. Benito escucha de su amigo Adriano Vásquez:

–En sus inicios, la marinera fue un baile de dos que se querían o que podían quererse (p. 85)
Por eso la marinera será también movimiento, pero al mismo tiempo sentimiento, y eso es lo vemos al final: movimientos, cuerpo, mirada, sensualidad, gesto, declaración de amor, de Benito y de Jimena, y no dejaba de tener razón Adriano Vásquez.
Una novela que pone a Ricardo Virhuez en la mejor tradición de la literatura juvenil desde Cholito en los Andes mágicos de Colchado a Samuel Cardich con El retorno del jinete incógnito. Un novelista que se prende de sus lectores con El campeón de marinera, con su palabra limpia y clara, y celebra como quien zapatea la marinera como danza nacional y atrapa a sus lectores.

Virhuez Villafane, Ricardo. El campeón de marinera. Lima: Pasacalle, 2011.

Ricardo Vírhuez: convirtiendo en historia todo lo andado

Por: Luis Enrique Plasencia Calvanapón / Trujillo

Ricardo Vírhuez Villafane (Lima, 1964) es un escritor que va construyendo sus historias a medida que se desplaza por ese enorme escenario literario que es el Perú. Podemos afirmar, sin dudarlo, que Ri, como lo llaman los amigos, es un escritor peruano de todas las regiones.

Y es que este periodista, ensayista, docente, crítico, degustador y amplificador de las virtudes de una Lima que se debate entre la añejidad y la psicodelia tardía, ha escrito libros con historias, personajes, escenarios y otros recutecus de los lugares recorridos a lo largo y ancho del territorio nacional.
Así, en la novela El periodista (1996) Vírhuez construye una historia en la que el protagonista es una síntesis de varios personajes de prensa que se valen de su condición para extorsionar a personas e instituciones en la ciudad de Iquitos, donde el autor vivió varios años.

Con este libro, Vírhuez manifiesta su honda preocupación por lo que se denomina “libertad de expresión”. Años antes, un centenar de ejemplares de su primer libro publicado en 1992, Las hogueras del hombre, fue decomisado por la policía en Huancayo y no se permitió su presentación en el Instituto Nacional de Cultura ni en la universidad. ¿En ambos casos, puede hablarse de libertad de expresión? Ese tema, siempre, será algo apasionante.

De la Amazonía, el autor se traslada a los Andes, especialmente a la sierra de Ancash, donde ubica las obras Volver a Marca (2001), Marca, historias y tradiciones (2003) y Rumi y el pincullo mágico (2009); novela esta última en la que narra la historia de Rumi, joven enamorado de Coiri, la hija del gran sacerdote Chavín, quien obliga a Rumi a superar algunas pruebas antes de permitir la boda con la bella Coiri. Al igual que Óscar Colchado en Cholito en los Andes mágicos, Vírhuez nos traslada, a través de la novela, al apasionante mundo de la mitología andina, con personajes como el Ichic Ollqo y el gigante Canlín.

Posteriormente, con Rumi y el monstruo del Ucayali (2011), continúa la saga en la que Coiri es raptada y Rumi va a la selva del Ucayali para, con ayuda de los shipibos, enfrentar al monstruo vampiro de cuyas cenizas surgirán los zancudos y mosquitos chupasangre. Otra vez, la selva vuelve a maravillarnos con las increíbles aventuras que se cuentan en las páginas de Rumi….

De los mitos, leyendas, tradiciones y anécdotas de la selva y la sierra, Vírhuez se traslada a la costa peruana donde algunas leyendas urbanas son tan sonadas a lo largo de todo el litoral. Así, la leyenda del fantasma femenino que vuelve locos a los choferes en la variante del Pasamayo se convierte en una divertida historia de suspenso en Nina y la casa abandonada (2010). Nina también irá a la selva, donde el bus que la traslada será asaltado por el temible yanapuma, que amenaza con matar a todos, historia que se cuenta en Nina y los yanapumas (2010); luego volverá a la costa y, esta vez, nos llevará a uno de los lugares más emblemáticos de Lima en Nina en la casa Matusita (en edición). Parece ser que la saga de Nina… apenas ha comenzado el viaje por el Perú.

De todo lo mencionado puede concluirse que Ricardo Vírhuez es un viajero que ha recorrido el Perú, registrado las historias de la tradición oral y, a través de sus libros, nos hace partícipes de la inagotable vena creadora de un Perú que solamente conocemos a medias.

El escritor limeño guarda una relación muy especial con Trujillo. Las constantes visitas a la Huaca de la Luna y su interacción con jóvenes universitarios a través de talleres y conversaciones, dio origen a El dios Araña (2010), novela en la que un grupo de estudiantes de arqueología, en uno de sus paseos cerca de la Huaca de la Luna, descubren una huaca maldita que generará el surgimiento de historias de amor en medio de asesinatos, lo que impulsa a los personajes a buscar el origen de la huaca llegando a inesperados resultados.

Ahora surge El campeón de marinera (2011), que cuenta la historia de un migrante peruano que vive en Estados Unidos y que de pronto se encuentra participando en el Concurso Nacional de Marinera, vivencia esta que lo acerca a la esencia de la peruanidad y lo ayuda a descubrir algunos de los elementos de nuestra inagotable cultura. 

Además de lo mencionado, Vírhuez dirige la Revista Peruana de Literatura, la misma que ha dedicado un número exclusivo a La Libertad y sus escritores, brindando un amplio panorama de las letras y sus autores en esta parte del Perú. 

DATO:
El campeón de marinera fue presentado el 05 de marzo 2011 en la Casa de la Emancipación por el periodista y reconocido estudioso de la marinera, Carlos Burméster Landauro, y por el periodista Carlos Cerna Bazán.

jueves, 18 de agosto de 2011

El campeón de marinera: una droga perfecta

Por: Grecia Geraldinne Martel Carranza / Pucallpa

Suelo criticar las obras que he leído con comentarios directos, cuando no son de mi agrado. Leí a Vargas Llosa un par de veces y dije: “no me gusta y realmente no sé por qué tanta cosa con este tío”. Ganó el premio Nobel y aún sigo pensando lo mismo. 

Leer para mí es vivir otra vida y por un instante sentir que todo desaparece; pero si el autor no genera a través de sus escritos la confianza para meterme en la piel de los personajes, simplemente termino el libro porque el bicho de lector me pica. 

Con Ricardo Virhuez y su obra El campeón de marinera volví nuevamente a sentir esa necesidad de leer. Porque leer es un vicio y El campeón de marinera, en este caso, se vuelve la droga perfecta. Cuando en la universidad nos dijeron que íbamos a leer este libro, pensé en leerlo como si leyera el periódico, mas al empezar y descubrir la fusión de frescura y entretenimiento, suspenso y emoción,  realismo y sentimentalismo, descubrí que no era una obra para ser leída una sola vez. 

Me sentí identificada. 

Benito el personaje principal ciertamente da la impresión de ser “lento”, pero es la dedicación, el esfuerzo y la entrega  que muestra antes y durante el concurso lo que lo vuelve interesante. Jimena es sin lugar a dudas el tipo de mujer moderna que deberíamos ser, pues dejar que abusen de nosotras no es una opción. Durante mucho tiempo la mujer ha sido considerada el sexo débil, pero Virhuez nos muestra una chica capaz y decidida, pero que como toda mujer también cede y se deja llevar por sus pasiones. Mencionar a los demás personajes sería  solo hacer un recuento del libro, incursionar por desvíos y aventuras, decisiones y muerte. 

El final me trajo a la mente a Hemingway y Luis Leante, pues es un final que a muchos no convence; pero lo queramos o no es el mejor que se pudo haber propuesto, pues da como esperanza tal vez una segunda parte del libro. Quizás  algunos piensen que hubiese sido mejor que Benito y Jimena siguiesen con la relación, pero a fin de cuentas recordemos lo que pasó con Megan. Además, ambos habían vivido un desafío y era mejor alejarse para así descubrir si lo que surgió era o no algo real. 

Y es verdad que muchas veces al estar lejos de nuestra patria, la extrañamos, no importa cuánto tiempo pase, siempre vivirá en nosotros esa añoranza por la tierra que nos vio nacer, Cómo olvidar la comida, la música, el paisaje, el color, y con esta obra Virhuez, pienso yo, nos invita a amar más lo nuestro y a sentirnos orgullosos de decir: Soy peruano.

El campeón de marinera: novela del desarraigo


Por Crisóstomo Gamboa Mendoza / Universidad Federico Villarreal

La tradición popular alimenta la memoria colectiva de nuestra nación y contribuye a engrandecer las condiciones para una identidad nacional. Sus diversas manifestaciones siguen siendo materia inagotable para la creación de las más variadas narrativas del Perú, un país donde conviven y confluyen una serie de costumbres, cosmovisiones, lenguas, etc. Todo el crisol de elementos culturales no hace más que engrandecer la cultura peruana, pero también hacen evidentes las marcadas diferencias que existen entre unas y otras (heterogeneidad).
Ricardo Virhuez Villafane (Lima, 1964) utiliza magistralmente para la creación de su novela ‘El campeón de marinera’ (Editorial Pasacalle, 2011) precisamente uno de los elementos festivos del Perú: la marinera norteña, que se constituye dentro de la diégesis textual como elemento conductor de una serie de acciones, haciendo posible que los personajes se desplacen por situaciones de carácter sentimental.
Benito Tafur y Jimena Dianderas vivirán una experiencia de amor teniendo como fondo musical el ritmo de la marinera. También la novela plantea tangencialmente el problema de la territorialidad (arraigo y desarraigo), pero por  sobre todas las cosas aborda la condición y la complejidad del carácter humano.
La sensibilidad del protagonista Benito Tafur hace posible que a través de la melodía de una marinera logre establecer una relación directa con el espacio y con el tiempo, produciéndose un efecto casi místico en relación con la emotividad de sí mismo. Precisamente el relato logra hacer de la marinera no solo un simple elemento coadyuvante, sino que también logra su independencia; tanto así que la ubicamos de principio a fin dentro de la novela, y toma mayor protagonismo en el momento del concurso en el que participan Benito y Jimena.
La ejecución de la marinera por parte de Benito Tafur permitirá establecer puentes personales de carácter amical, sentimental y social. La fluidez y naturalidad con que son narrados los hechos permiten al lector mantener una constancia de lectura ininterrumpida, debido a la estrategia de mantener en constante expectativa al lector; es decir, las acciones quedan por momentos postergadas, para dar paso a la intriga, para posteriormente ir revelando y aclarándose la historia.
Novela corta, novela ágil, novela juvenil, novela del desarraigo, novela de costumbres. Dejemos al lector que juzgue y disfrute de la maravillosa y conmovedora historia de Benito Tafur, el campeón de marinera.

El amor en los tiempos de la marinera


Por: Andrés Jara Maylle / Huánuco

Conocí a mi amigo Ricardo Vírhuez Villafane hace muchísimos años cuando desarrollamos en esta ciudad una de nuestras muchas actividades de promoción literaria. Creo que se trataba de los encuentros regionales de literatura que cada cierto tiempo organizábamos, y que “murió” debido al excesivo entusiasmo de los escritores ucayalinos, quienes pidieron ser la próxima sede, pues según decían,  lo organizarían con bombos y platillos, como Dios manda. Lamentablemente, por razones seguramente ajenas a la voluntad ucayalina,  hasta ahora no ha sucedido nada, pese a los largos años que ya han pasado. Pero lo importante de todo es que esos encuentros de finales de la década del noventa del siglo pasado ha servido para conocerlo, primero, y luego, consolidar una buena amistad con este amigo generoso que hoy nos acompaña: Ricardo  Vírhuez Villafane y que está con nosotros para compartir una de sus últimas producciones narrativas: la novela El campeón de  marinera.
El campeón de  marinera es una novela breve, por tanto de rápida lectura. A ello se suma su fluidez estructural, su versatilidad narrativa, su sencilla trama que avanza, rauda, desde el momento en que el personaje principal, Benito Tafur, luego de siete años de estadía, con no pocas dificultades en la metrópoli de Nueva York, decide regresar al Perú, a su natal Trujillo, específicamente, para reencontrarse con él mismo; o tal vez para reencontrase con aquella identidad que, por su larga estadía fuera de la patria, estaba a punto de perderla.
Y es una novela breve no solo por la extensión sino también por la definida y exacta participación de los personajes, que al margen de sus incursiones en unos y otros escenarios con roles necesarios, son básicamente tres: el ya mencionado Benito Tafur, Lucía Castillo, simpática norteña y frustrada pareja de baile de Benito, y Jimena Dianderas, guapa chimbotana, estudiante de Medicina que recala en Trujillo casi por casualidades del destino.
Teniendo en cuenta a estos tres protagonistas no cabe duda que El campeón de marinera, es, esencialmente, una novela de amor. Explicándonos mejor, diríamos que se trata de dos amores: el amor de un hombre hacia la mujer, o viceversa, con su secuela de dudas, sufrimientos y desdenes, y el amor a la marinera, esa danza en donde aflora y centellea el garbo, el donaire, el orgullo, la pasión; es decir, el Amor mismo en la más grande de sus dimensiones.
¿Y es que acaso la marinera, esa antiquísima danza, fusión de culturas e idiosincrasias, que con ciertas diferencias se practica desde antaño en todo el país, no es la mismísima representación del amor? ¿Acaso allí no se simbolizan con movimientos, saltos, giros y pasos delicados, cambios y recambios, la coquetería, el galanteo, la seducción y el hechizo entre dos personas que se aman? No podía ser de otra manera entonces. No podía obviarse a un fundamental componente de todo el sortilegio de la marinera: el amor. Y ese es el ingrediente de una buena novela escrita por Ricardo Vírhuez.
Para narrar toda esta historia, su autor recurre a ciertas técnicas con las que obtiene el resultado que espera alcanzar. La novela está  construida en base a tres capítulos más un epílogo. Cada capítulo, asimismo, se subdivide en partes, bloques, apartados o estancias en la que va dándonos a conocer, especialmente en el primero y segundo capítulos) de manera alternada y secuencial historias relacionadas con el devenir del protagonista.
En el primer capítulo, por ejemplo, el protagonista se ubica en dos espacios: en Nueva York, la que es narrada en primera persona,  y en Trujillo, junto a Lucía Castillo ensayando arduamente para tentar el primer premio en el concurso de marinera, hecho que es narrado desde la perspectiva de la tercera persona. Por lo demás, los bloques desarrollados bajo la primera persona poseen, para Benito Tafur, cierto aire reminiscente, declarativo, confesional, partiendo desde su estancia trujillana cuando aún estudiaba la secundaria, pasando por su vivencia neoyorkina al lado de su padre y su madrastra, hasta que por esas cosas fortuitas que suceden en la ficción y también en la vida real, escucha a lo lejos el inconfundible ritmo de la marinera y decide regresar a su lejano Perú, dejando trabajo, oportunidades y amores fugaces.
Esa misma técnica se repite en el segundo capítulo, pero aquí hace su incursión un tercer personaje, fundamental para el resto de la historia. Se llama Jimena Dianderas y es una guapa muchacha, alegre e independiente, inteligente y soberana de sí misma, estudiante de medicina en Chimbote quien al no tolerar el abuso de uno de sus profesores universitarios decide dejar por un semestre sus estudios para viajar, buscando una catarsis, a Trujillo. Los bloques de este capítulo también aprovecha la tercera y primera personas narrativas; en el primer caso, muestra la historia de Jimena; mientras que el segundo, continúa la historia de los ensayos y trajines preparándose para el gran día entre Benito Tafur y  Lucía Castillo. Hasta que Lucía sufre un leve pero fatal accidente de tránsito y queda definitivamente invalidada y defenestrada para el baile faltando muy pocos días para el inicio del campeonato. Es bueno hacer notar que en el maremágnum por querer saber más sobre el baile norteño, puede percibirse, a través de los personajes, una sutil posición frente al pasado, el presente y el futuro de la marinera como expresión de nuestra cultura. Hay una especie de lucha interna por querer saber el destino de la danza: antigua o moderna; tradicional o cambiante, acorde con la vorágine de la modernidad, todo ello tomando como pretexto las opiniones de la anciana Josefina.
Ya en el tercer capítulo, el que se desarrolla casi en su totalidad en la tercera persona, (a excepción de los discursos de la narradora de  televisión) fluyen como cascadas una gran cantidad de historias, unidas entre sí por la impronta del concurso de marinera, y que poseen la particularidad de ser incluso más breves que las anteriores, brevísimas realmente. Esa brevedad y rapidez le da justamente una eclosión de sentimientos y presentimientos, y contribuye a apurar los ánimos de todos los protagonistas. Permite, por otro lado, desarrollar hasta sus máximas potencialidades la historia que llega a una especie de apogeo, de auge, de esplendor, de clímax.
Aquí todo es movimiento, torbellino, agitaciones. El amor por la marinera y por los seres que se ama con refinado y elegante silencio adquiere tal conmoción que todo parece que se aglomera, que se convulsiona, que vibra y oscila al compás de unos corazones que se desbocan en sus sobresaltos y sus pulsaciones. Es, parafraseando al genial García Márquez, el momento de la gloria, el estremecimiento y la pasión que causa el rastro que deja el amor en tiempos de la marinera. Y que tendrá su pico, su cumbre, su máximo esplendor y magnificencia cuando Benito Tafur y Jimena Dianderas, paso a paso, sudor a sudor, mirada a mirada, complicidad a complicidad, por fin ocupan merecidamente el primer puesto en tan reñido certamen. Son ellos, entonces, sellándose con un sincero, sensual,  provocador  e interminable beso, su condición de campeones indiscutibles de uno de los bailes más sensuales que tiene el Perú.
Pero como a toda tormenta precede siempre la calma, la historia adquiere un cierto sosiego cuando Benito decide regresar a Nueva York, para estudiar dibujo, y Jimena vuelve a Chimbote para terminar su carrera de medicina que quedó temporalmente trunca. Y nuevamente vuelve la narración  en primera persona para dotarle su atmósfera confesional, de desahogo y revelación. Para mostrarnos que en los arrebatos y las vehemencias y los vértigos del concurso de marinera, había nacido un amor intenso que se extiende en la memoria y en los recuerdos de dos personas que están, por el momento, demasiado lejos uno del otro; pero que  alguien pronto deberá regresar (o tal vez ir) para madurar otra historia que tendrá como escenario el norte peruano y como protagonistas a la marinera, esa danza hacedora de los amores indomables.