martes, 27 de septiembre de 2011

Marinera novelada


Patricia Castillo / Huánuco

El campeón de la marinera es una novela juvenil de tres capítulos y un epílogo, que gira en torno a la danza de la marinera. En la estructura doble de la novela encontramos a Benito Tafur, personaje que se encuentra viviendo en Nueva York, y quien súbitamente es “touché” por la música que de algún lugar llega nítidamente hasta sus oídos: una marinera que despierta sus raíces y lo trae de vuelta al Perú. Paralelamente, también es el recuento, preparación y revaloración no sólo de la danza, sino también el encuentro consigo mismo, de saberse quién es y a dónde pertenece.

Los saltos en el tiempo en la novela permiten adentrarnos a la vida de un joven que es llevado por su padre a los EEUU, descubriendo una realidad diferente a una edad en la que muchos jóvenes reafirman sus propias costumbres; él, en cambio, las redescubre y las reafirmará en la lejanía con la música de La concheperla, melodía que en el frío Manhattan se deja escuchar casi tan extrañamente desde algún lugar, cual ritmo inverosímil de tierras lejanas, pero que sirve para reavivar un sentimiento que de algún modo ignora; entonces, comprende y reafirma súbitamente las diferencias culturales y diferencia sus raíces, retornando al Perú: “…algo se había quebrado en mi interior, como si los cimientos que sostenían mi seguridad de inmigrante se hubieran resquebrajado para siempre”.

En este sentido, podemos decir que esta novela es también la descripción del desarraigo cultural. Benito Tafur, conoce otras realidades, y cual joven curioso, se enfrenta a un nuevo sistema, así como a otras culturas en un país cosmopolita como lo es Estados Unidos. En la vivencia de las diferentes realidades y culturas, que si bien amplían el panorama de lo que es la humanidad y sus matices, le sirve también para saberse parte de una realidad diferente, e identificarse como un sudamericano, peruano y trujillano. 

La novela se centra básicamente en la preparación para el Campeonato Nacional de Marinera y la descripción gira en torno al esfuerzo, la entrega y la pasión de los danzantes; jóvenes impetuosos y soñadores, que en el fervor de la edad se entregarán plenamente a sus sueños y convicciones. 

Un dato que nos parece importante en la descripción de la danza a la que hace Virhuez, es la diferenciación de las formas de la antigua marinera con la actual. Allí surge un personaje clave, Adriano Vásquez, quien dará la estabilidad al joven Tafur en su preparación, como conocedor y estudioso de la marinera; además de guiar, aboga por la autenticidad de la danza, basada en el cortejo del hombre a la mujer, la pasión, y no solamente en la simple figura: “Lo que yo veo ahora son parejas que se han aprendido bien los pasos y que miden el espacio con soltura. ¿Pero enamoramiento, pasión? Si a veces ni se miran. O si se miran, es un paso más y luego siguen la rutina”. El espectáculo sin cariño, como diría Adriano Vásquez.

Nos parece interesante que Ricardo Virhuez desarrolle este tema, y con él llegue a los jóvenes y, por qué no, a todo aquel que necesite comprender y conocer su propia cultura y con ella a sí mismo. De allí que en el epílogo nos deje ver a un personaje ya sin conflictos internos, deambulando nuevamente por Nueva York, como lo haría por cualquier otro lugar, pero ahora con la tranquilidad de quien se reconoce diferente y a la vez semejante en este todo que es la humanidad: “Y ahora, sobre el ferry que me lleva a Staten Island, miro los rascacielos iluminados de colores del centro financiero, y tiemblo de frío ante el viento que se arremolina y forma olas grandes que chocan contra nuestra embarcación. /Los recuerdos me sacuden. /O es el frío o el cariño. /La marinera sigue latiendo en mi cabeza. /Vuelvo la vista hacia la estatua de la Libertad cuyo perfil se destaca al fondo, y nuevamente la banda de músicos toca la marinera en mis oídos. /Las luces de la ciudad. /Los ojos de Jimena”.

Este particular aprendizaje lleva a comprender que el ser humano, él mismo con particulares matices, es igual en cualquier lugar, que guarda sus alegrías, nostalgias, vivencias, etc., como parte de su formación y que negar una identidad es no aceptar ninguna. De allí que pensemos además, y para concluir,  que en este  trajinar por el mundo lo único que cambia es el lugar y el color de la piel, ya que los seres humanos somos y sentimos todos por igual.