jueves, 3 de mayo de 2012

Una buena historia

Ronald Arquíñigo Vidal / Lima


Esta estupenda novela del escritor Ricardo Virhuez Villafane mantiene en vilo el interés del lector, como pocas novelas en estos tiempos de disfuerzos literarios. 

Una lectura sin pausas, vertiginosa. Una lectura que agradecemos todos quienes nos hemos entregado a su lectura con premeditación y el riesgo de entramparnos en su historia plagadas de aventuras y desventuras. Y es que desde la primera página asistimos a una historia escrita con un lenguaje claro y limpio como el agua de un río poco navegable en las manos huecas de un hombre de la tribu. 

Una historia que en realidad se alimenta de dos historias que afronta un mismo personaje. Existen dos niveles de tiempo y de espacio que se desarrolla en esta historia, y que se ensamblan muy bien a pesar de la brevedad del libro: la emigración del protagonista a Estados Unidos (Nueva York) y lo que allí experimenta, primero, con la austeridad económica que su situación de migrante lo obliga a padecer, y luego el éxito, provocado por una suma de dinero que su padre dejó al morir; y el otro sucede el norte del Perú, en Trujillo, en los preparativos de un concurso de marinera del mismo personaje, Benito Tafur. 

En ambas historias es posible reconocer que los personajes han sido diseñados sin esfuerzo alguno, lo que no desmerece el trabajo de su autor; al contrario, delinear a los personajes con apenas un trazo rápido es tan difícil como hacerlos creíbles. Y es lo que consigue Vírhuez con esta novela. 

Aunque breve, el libro es un fresco social y cultural sobre la situación del migrante, escrito para que pueda ser leído y releído, y contado y comentado, a sabiendas de que su concepción no fue la tarea fácil de un aficionado a las letras, sino el trabajo paciente de un escritor con más de diez títulos en su haber (ya un escritor consolidado) y que se ha propuesto devolver a la literatura ese carácter hermoso del que antes gozaba, el de ofrecer una buena historia escrita con la palabra justa para que a su vez pueda ser contada a la aureola de una fogata, se me ocurre. 

Esto y más es la novela de Vírhuez, un libro hermoso, bien contado, cálido y provocador; esto último en cuanto a que su materia narrativa ha sido escrita con la sencillez y pulcritud que muchos escritores jóvenes descuidan y, peor aun, evitan. 

De ahí también su importancia, porque aparte de entretener, este libro también enseña a escribir.

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El campeón de marinera, de Ricardo Vírhuez Villafane. 
Editorial Pasacalle, 106 pp
Lima, 1ra edición, febrero 2011
2da edición, enero 2012

miércoles, 4 de enero de 2012

Presentación en Pucallpa

Ricardo Vírhuez Villafane en Huanchaco, Trujillo.
Carlos López Marrufo / Pucallpa

Tuve un primer acercamiento a Ricardo Vírhuez Villafane cuando en el año 1993 o 1994, cursando estudios de mi carrera de Educación, entré a la Biblioteca de la Universidad Nacional Federico Villarreal y leí El Periodista, novela que me atrapó y me hizo reflexionar sobre si una persona con características mentales en desventaja no tendrá más desarrollada que el común de las personas la capacidad de sentir y buscar venganza y, a la vez, maquinar finales como el que se presenta en esta novela.

Diecisiete o dieciocho años después tengo la oportunidad de conocer a Ricardo Vírhuez y de leer El Campeón de Marinera y, además, de presentar esta novela.

Iniciaré esta presentación refiriéndome a cualidades de excelente manifestación en El Campeón de Marinera: el manejo de los tiempos y de la perspectiva. En el primer punto es magistral la manera en que Vírhuez nos permite vivir dos momentos diferentes de manera simultánea: el concurso de marinera, la decisión, sus preparativos, la participación y el éxito, y la emigración del protagonista y sus vivencias en Estados Unidos. En el segundo punto la gestión de la primera y tercera personas para el protagonista, cuando este narra su vida y expectativas y es un migrante más en Estados Unidos y añora la marinera:

“Yo quería estudiar arte, dibujo y pintura, porque desde que era niño había sacado las mejores notas en arte y me había gustado bailar huayno y marinera…”


y el momento en que se teje la historia que deviene en el campeonato de marinera, respectivamente:

“Benito estalló en una larga carcajada, con suavidad, y sus ojos se achinaron y humedecieron. Lucía sonreía y no dejaba de mirarlo.”

Sobre el final, las historias son solo una, paradójicamente divididas en dos en el último momento, cuando las vidas de Benito y Jimena toman rumbos diferentes.

En la parte precedente he aludido aspectos de forma, pero los de fondo son, de igual modo, por demás interesantes. La emigración y el choque cultural, situaciones protagonizadas por Benito Tafur, pero reforzadas por las experiencias de otros migrantes, quienes sufren el proceso necesario del choque, para luego adaptarse definitivamente a un medio diferente. Nos dice, además, de la situación en que muchos latinos viven en Estados Unidos; así, Vírhuez refiere:

“La mayoría de los hombres que trabajaban conmigo eran portorriqueños, dominicanos, mexicanos y ecuatorianos, en ese orden. Solo encontré a un peruano en el inmenso grupo de obreros: un cusqueño que pese a vivir más de veinte años en Estados Unidos seguía siendo ilegal”.

Pero en este contexto se pone de manifiesto la identidad cultural, expresando que la adecuación a una cultura diferente  no es sinónimo de desarraigo, más bien la añoranza de lo propio permite, como en el protagonista, vencer una serie de obstáculos: la marinera despierta en él el deseo y la pasión por su tierra canalizada a través de la música, parte de su acervo cultural, música que no es cualquier ritmo, es la marinera, como en el caso de nosotros, ucayalinos, lo puede ser un chimaychi o alguna tonada de Juaneco. La marinera es la música típica trujillana que permite a Tafur superar vallas significativa, como el amor de Rose, Sonia o Megan. En esta parte el autor escribe:

“De pronto, alguien a lo lejos encendió una grabadora.
Los sonidos llegaron nítidos a mis oídos.
Era La Concheperla de la banda de músicos de la Guardia Republicana del Perú.
Mi corazón se detuvo y, de pronto, se inflamó de una manera extraña (…)
Era increíble. Suspiré profundamente como si faltara el aire.”


todo, después de leer y llorar en tierras extrañas, viviendo Los Ríos Profundos de Arguedas.
En consecuencia, si estas, las expuestas, son las cualidades de fondo y forma de El Campeón de Marinera, es natural que la novela nos capture, nos incorpore en la pléyade de personajes y situaciones que en ella se viven y, sabiendo que los escritores y sus obras son universales, nos inserte en una trama interesante, romántica, emotiva, trascendental y ejemplar.

Culmino esta presentación recomendado la lectura de El Campeón de Marinera y con el mayor deseo de que Ricardo Vírhuez Villafane continúe obsequiándonos la excelsa calidad de su pluma.