viernes, 19 de agosto de 2011

Apuesta por una narrativa sostenida

Gonzalo Espino Relucé / UNMSM

No hace mucho me extrañaba que las fiestas concluyeran con un marinera seguida de un huayno, pero al mismo tiempo –y estoy hablando desde el lado costero– más de una vez nos llamaron la atención por poner marineras o huaynos a media fiesta, nos solían decir si el cumpleaños había terminado… se comprenderá que nada de eso ocurría sino que estábamos nuevamente volviendo sobre el viejo polvo que saca los pies en los zapateos y entregas de los danzantes; así lo hacían mis abuelos, así lo hacía mi tía, mi hermana, mi hermano que aprendió a bailar la marinera chacarera de Chepén, y yo, imitando los pies de todos los que bailan marinera.
En fin, sirva la anécdota para entrar a la nueva entrega de Ricardo Virhuez Villafane, de quien diré dos notas relevantes sobre su trabajo: de un lado, su decisión de hacer de la escritura una forma de vida, una vocación por escribir con el corazón en la mano, y, de otro, y al mismo tiempo, su abierta dedicación a las causas nobles como estudiar y difundir esas formas populares, como ocurre con sus aportes al conocimiento de la tradición y literaturas de la Amazonía. Dicho esto, en los últimos años comprendió que no hay que dejar espacios a los grupos de poder, que hay que construir propuestas contra hegemónicas, asunto que pasa por un lado por la necesidad de una producción creativa de calidad y que esta esté acompañada por un sistema que permita su difusión. Esto lo entendió bien Ricardo Virhuez Villafane, y se lanzó a la aventura de disputar un público lector que se concentra en la escuela y a los que hay que llegar con la finura de un artesano.
Entonces, había que estudiar e imaginar cuáles son las historias que pueden llamar la atención sin que estas se disocien de dos condiciones básicas: la primera, que sea literatura en el sentido de producción creativa –y por ello competitiva y conocedora de su tradición–, y la segunda, cómo estas mismas entregas tejen identidades. Creo que esto es lo que ha ocurrido con sus novelas juveniles. Así ocurre con las aventuras de que se lee desde Nina y la casa abandona, pasando por Rumi y el monstruo del Ucayali, hasta la entrega del año pasado: El dios araña, que vuelve sobre el ara de los moches. En El campeón de marinera nos devuelve a un escenario –la marinera– que es un acontecimiento nacional.
Para ser precisos, debe recordarse que en el caso de Trujillo y Lima la marinera fue siempre vista como un asunto aristocrático, creo más por un prejuicio indianista que por un registro propio de la realidad, pues se olvida la marinera que se hace en la familias norteñas –y a pie calato– o la invade las fiestas locales. Cierto que cuando se inicia este concurso tuvo ese gestillo aristocrático propiciada por sus organizadores el Club La Libertad de Trujillo, que poco a poco tuvo que abrirse y dejar de ser una representación de los peones y chalanes que llegaban a exhibirse en la ciudad para convertirse en lo que hoy día es: un referente nacional. Seguramente esto es lo más importante, y no hay que olvidar la hermanada que se puede establecer entre vals criollo y marinera, cuyos orígenes son por cierto modestos (Llorens). Convertido en referente nacional hoy nos llega como espectáculo. Y es que si se hace en estricto una revisión de las fiestas locales y lo que ocurre en los espacios familarias de la franca costera del Norte peruano, se va a encontrar a la marinera como uno de los componentes de alegría popular.
Ricardo Virhuez Villafane aprovecha una situación creíble. Pone en tensión dos espacios diferentes. La situación de migrante y el espacio de acá, el concurso. Desde la situación de migrante, se trata de un peruano, trujillano, que fue a vivir en el país de norte, a New York, allí donde hace parte de su juventud. En allá, para nosotros el acá, se dibuja como una pulsión necesaria para la identidad. Y esto sin melodrama, toda en una historia limpia. La historia de narrador-personaje Benito Tafur es similar a la de cualquier peruano que migra, de esos que se han ido para hacer Perú en cualquier lado del mundo.
La historia que nos narra en esta novela no pretende ser un ejercicio de banalidad retórica ni experimentalismo sorprendente. Apela a las historia paralelas que crea el suspenso necesario como para que la novela se lea de un tirón. El padre de Benito se ha divorciado de su madre, este ha viajado a EEUU donde hace empresa y ya cuando está concluyendo sus estudios secundarios, invita a su hijo a vivir en el país del norte. Así lo hace. Ya en esas tierras Benito tiene que aprender a vivir en el nuevo escenario. La muerte del padre lo sorprende y pasa trabajar en una factoría –la fábrica– y vive como uno más de los migrantes latinos. Cuando esto ocurre, y ya cuando no hay ninguna posibilidad, su “madrastra” gringa se despide porque tendrá un nuevo compromiso, es el momento en que se entera que nunca había dejado de hacer el depósito, para continuar con la posibilidad que había abierto su padre: estudiar, hacerse de una buena vida.
Si esa es la anécdota que fabula, la otra es todavía más interesante, se trata de de la historia de sus amores. Asunto que organiza el nuevo hilo conductivo de la novela: 

De pronto, alguien a lo lejos encendió una grabadora.
Los sonidos llegaron oídos a mis oídos.
Era “La concheperla” de la banda de músicos de la Guardia Republicana del Perú.
Era una marinera.
Mi corazón se detuvo y, de pronto, me inflamó de una manera extraña (31)

Este quiebre es identitario, la ficción hace posible que ocurre para que se desenvuelva con claridad y precisión. Benito necesita retornar, y retorna a Trujillo.
Historias que por cierto se suceden como líneas paralelas en el tiempo y que hacen que esta sea versátil, sin que el artificio retórico le quite claridad al relato. Si la historia de sucede en allá, esta también se da en el acá. En el acá estamos en la academia de Manuel Chacón, primo de Benito, donde ensaya. De pronto llega a la escena Lucía Castillo, en cuya historia se cruza ese perverso perro llamado celos y que hace que esta joven deje de bailar y de ser pareja de baile de nuestro héroe. En eso aparece un nuevo personaje, que inicialmente emerge con una historia desconcertante. Se trata de Jimena Dianderas, que conocerá a Benito en momentos en que este baila una contradanza de Huamachuco en la academia. Y con quien finalmente baila, hasta convertirse en su pareja de viaje y con la que ganará el concurso.
La novela en sí sería una más de esas que solemos leer, pero Ricardo Virhuez nos ha puesto sobre un hecho que tiene audiencia nacional: el concurso nacional de marinera. Pero al mismo tiempo nos ha ubicado en el año de nacimiento de José María Arguedas. Esto último queda refrendado cuando el personaje habla de su última lectura, Los ríos profundos, leído como peruano migrante, dirá:
“Esta no es una novela, es el Perú” (p.31).
De esta suerte la novela se presenta como pretexto identitario para discutir o poner en discusión el espectáculo de la marinera. El narrador nos invita a recordar que la identidad liberteña no es solo marinera, es al mismo tiempo, las diversas maneras de hacer bailar los pies, y la Contradanza aparece como clave en la lectura identitaria que nos habla de la diversidad de bailes y canciones populares de la región y en cuya sutileza leemos una crítica al aristocratismo. La discusión sobre la marinera la pone el intelectual que reclama algunas cosas sobre la marinera: nos recuerda que cuando se baila marinera se trata de la conquista de la pareja: en él, cómo logra hacer vibrar la piel de su acompañante, y en ella, que se hace con sutileza y sensualidad la difícil de conquistar. En buena cuenta un homenaje al amor. Benito escucha de su amigo Adriano Vásquez:

–En sus inicios, la marinera fue un baile de dos que se querían o que podían quererse (p. 85)
Por eso la marinera será también movimiento, pero al mismo tiempo sentimiento, y eso es lo vemos al final: movimientos, cuerpo, mirada, sensualidad, gesto, declaración de amor, de Benito y de Jimena, y no dejaba de tener razón Adriano Vásquez.
Una novela que pone a Ricardo Virhuez en la mejor tradición de la literatura juvenil desde Cholito en los Andes mágicos de Colchado a Samuel Cardich con El retorno del jinete incógnito. Un novelista que se prende de sus lectores con El campeón de marinera, con su palabra limpia y clara, y celebra como quien zapatea la marinera como danza nacional y atrapa a sus lectores.

Virhuez Villafane, Ricardo. El campeón de marinera. Lima: Pasacalle, 2011.

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